Actualmente, se sabe con certeza que el cerebro, nuestro “computador interno” y principal órgano en mantener el funcionamiento básico y ejecutivo del ser humano, puede verse afectado, tanto en actividad como en desarrollo, al estar expuestos a situaciones de alto estrés.
Estas situaciones, si son vividas desde edades tempranas, afectan en demacía el desarrollo evolutivo de un niño o niña, lo que otorga la triste grantía, de tener en la adultes, algun tipo de alteración o empobrecimiento en las capacidades sociales, conductuales, linguísticas, emocionales, etc.
Dicho esto, desde edades muy iniciales, los niños hacen lo posible por reunirse con su madre (o en defecto, su cuidador significativo) a través del llanto, el contacto visual, entre otros, anhelando una acogida reciproca que les permita regular sus emociones y necesidades.
En esta línea, los niños criados en instituciones de acogida a menudo viven el abandono constante de vinculos significativos, dentro de la experiencia de estar en una constante espera del re-establecimiento de esos vínculos.
Este impacto emocional y afectivos, genera una alteración en el desarrollo cerebral, especificamente áreas de inigualable importancia para la conducta social y afectvia, como lo son el Hipocampo (centro que comanda el Sistema de Memoria) y la Amígadala cerebral (encargada de regular las emociones instintivas y las persepciones de alerta y amenaza).
Considerando esto, en la constante espera de la reciprocidad emocional de un niño con un cuidador poco presente, se genera una lectura constante de amenaza, en cuanto no se logra el encuentro emocional con un otro significativo que atienda las necesidades afectivas y biológicas, asi como también, se ve afectada la manera en que se registran las informaciones, tanto corporales por la ausencia de afecto, como emocionales por la falta de contención y regulación.
Sin ir mas lejos, estudios desde las Neurociencias en niños en instituciones como hogar de menores, o casas de acogidas, arrojaron alteraciones en la Sustancia Blanca del cerebro, la encargada de comunicar las diferentes regiones cerebrales, articulando y moldeando las señales electricas de dicha comunicación.
De esta manera, el cerebro de los niños que esperan vincularse, se ve alterado en la posibilidad de albergar un sistema de recompensa adecuado, perjudicanto la construcción e integración de un modelo interno de funcionamiento y comprensión de la realidad socio – afectiva.
Ps. Stefania Pietrantoni Ciuffardi
Docente & Tutora Clínica
Escuela Chilena de Terapia Floral